Hola Jefaza.

De vuelta yo por acá y hoy quiero hablarte de algo que lo cambia todo.
No te cambia solo por fuera, sino por dentro.
En la forma en la que hablas contigo, en cómo caminas por la vida, en lo que estás dispuesta a recibir.
Quiero hablarte del merecimiento.
Esa palabra que muchas veces repetimos pero que no integramos o que otras veces ni siquiera entendemos del todo, pero que en realidad es la raíz de muchas cosas que hoy tal vez no te estés permitiendo.
Las veo salir distintas
Si has estado en nuestro Templo, tal vez te hayas cruzado con una Jefaza recién salida de su ritual. Si no has tenido la experiencia te la cuento, porque es un espectáculo digno de ver. De hecho, hoy tengo que confesarte que para mi ese momentico es magia pura. Las veo bajar las escaleras despacito y no hace falta que digan nada.
Lo veo en su mirada.
En su forma de respirar.
En cómo pisan el suelo.
En cómo caminan sin prisa, como quien por fin recuerda que merece cuidarse, sostenerse, celebrarse.
No es que su vida haya cambiado en tres horas.
Es que algo dentro de ella hizo clic.
Se reencontró.
Se eligió.
Y desde ahí, se permitió sentir: “yo también merezco”.
¿Qué es realmente el merecimiento?
Merecer no tiene nada que ver con arrogancia.
Ni con esperar que las cosas te caigan del cielo.
El merecimiento es la raíz del amor propio.
Es la base desde la cual decides.
Es esa voz que te dice: “No tengo que ganarme el descanso. No tengo que justificar mi alegría. No tengo que pedir permiso para sentirme bien.”
Y aunque parezca algo muy emocional, también tiene respaldo científico.
Desde la neurociencia, sabemos que nuestro cerebro filtra la realidad en función de lo que cree que merecemos.
Si no te sientes merecedora, inconscientemente vas a bloquear oportunidades, rechazar ayuda o mantenerte en lugares que ya no te hacen bien.
¿Te das cuenta del poder que tiene esto?
Cuando empiezas a creértelo, no solo cambia tu diálogo interno.
Cambia tu energía.
Cambia lo que atraes.
Cambia lo que permites.
Volver a ti es conectar con el merecimiento
Cuando una mujer se desconecta de sí misma, también se desconecta de su valor.
Empieza a vivir en piloto automático.
Empieza a sentir que tiene que “hacer mucho” para “valer algo”.
Pero cuando vuelve a ella —a su cuerpo, a su voz, a su deseo— algo se recoloca.
Vuelve a mirar con amor.
Vuelve a escuchar su intuición.
Vuelve a saberse digna.
Y desde ahí… comienza a darse lo que siempre esperó que viniera de fuera.
Espacios de autocuidado.
Tiempos de pausa.
Risas sin culpa.
Inversiones en sí misma que no se justifican, se celebran.
Lo veo en el Templo
No te lo digo por teoría.
Te lo digo porque lo veo cuando estoy en Beyond Roots.
Mujeres que entran con dudas, y salen con certezas.
Que llegan con miedo a parar, y salen entendiendo que parar es sagrado.
Que por primera vez se miran al espejo y se ven completas.
No porque hicimos magia.
Sino porque ellas lo recordaron.
¿Y si no te falta nada… solo creértelo?
Ese es el mensaje que quiero sembrarte hoy. Tal vez no te falte nada.
Tal vez lo que necesitas es volver a ti y mirarte con los ojos con los que mirarías a alguien que amas.
Porque el merecimiento no se enseña.
Se recuerda.
Y se practica.
Cada vez que eliges cuidarte.
Cada vez que eliges invertir en ti.
Cada vez que dices “sí” a lo que te expande y “no” a lo que te drena.
Ahí estás volviendo.
Ahí estás sanando.
Ahí estás abriendo la puerta a una vida mucho más alineada con lo que tu alma desea.
Hoy te dejo esta pregunta:
¿Qué harías si supieras —de verdad— que lo mereces todo?
Vuelve a ti.
Desde ahí, todo es posible.
Como siempre, te honro, te abrazo y te celebro.